23 de febrero de 2006

Esos señores de verde y con bigote

Lo recuerdo como si fuera ayer: Como cada día, volvía del colegio a casa, andando despacio, entreteniéndome en cualquier cosa. Como cada día estaba deseando pasar por el trabajo de mi padre para estar con él un ratito antes de llegar definitivamente a casa con mi madre.

Estaba a punto de entrar a buscar a mi padre cuando vi como un compañero del trabajo entraba en el edificio a toda velocidad buscándole. Yo esbocé un fastidio, siempre que Juan buscaba a mi padre, no podía quedarme mucho tiempo porque tendría que atenderle a él.

Pero ese día noté algo especial en la mirada de Juan, solo más tarde descubrí lo que era: miedo.

'Los militares han entrado en el Congreso, lo acaba de decir la SER, ¿lo has oído?'

Hoy en día puede no creerse, pero en 1981 los niños de 10 años teníamos, si no todos, con seguridad muchos, lo que podría llamarse una incipiente conciencia política (tal vez porque habíamos vivido todo y visto todo, bien en televisión o algunas veces en directo (alguna vez contaré como fue mi primera manifestación, cuando con cinco años, y de la mano de mi tío, nos sorprendió una carga de unos 'señores con escopetas que disparaban humo').

El caso es que yo sabía perfectamente con 10 años qué era el Congreso, sabía que Suárez había dimitido, y sabía que se estaba debatiendo la investidura de Calvo-Sotelo como nuevo Presidente de la joven democracia española. Sin embargo, sabiendo todo eso, no pude asimilar de momento lo que quería decir eso de que 'los militares han entrado en el Congreso'.

El resto de la tarde y de la noche fue un cúmulo de contradicciones en mi infantil pero desde luego no pueril mente. Por un lado, era estupendo no tener que acostarme a las 9 y media como siempre: mis padres me dejaron levantado hasta muy tarde, tenían demasiado miedo, estaban demasiado excitados como para mandarme a la cama; además, las posibilidades de que al día siguiente no tuviera que ir al colegio aumentaban, (a mi el colegio me gustaba mucho, pero la posibilidad de un día de novillos oficiales de vez en cuando no me asqueaba en absoluto).

Por otro lado, no era tan pequeño como para no estar muy preocupado ante la reacción de mis padres. Nunca les había visto así, pegados a la radio (porque la televisión, hasta que salió el rey siguieron emitiendo '300 Millones'), con comentarios que, aunque muy disimulados porque nunca olvidaron que yo estaba delante, dejaban muy claro que algo muy gordo y muy malo estaba ocurriendo.

Cien veces vi las imágenes de un señor con bigote y con muy mala leche subiendo las escaleras de la tribuna de oradores con una pistola en la mano; como luego un montón de gente de verde empezó a disparar, y como todos los diputados se agachaban menos tres. Cien veces vi como un señor mayor y con dos de esos se enfrentaba a pecho descubierto con esos canallas y el señor del bigote, como la sabandija rastrera que era le agarraba por la espalda y le intentaba tirar al suelo, pero a Don Guti no le tira ni dios, mucho menos un fascista con pistola. Creo que por primera vez mi joven mente sintió que algo se revolvía dentro, si hay algo que recuerdo de aquel día, es eso, a tejero, sin mayúscula intencionadamente, agarrando por el cuello y por la espalda al Teniente General Gutiérrez Mellado, y a Suárez y a Carrillo sentados en sus bancos mientras todos los demás empezaban a asomar las cabezas para ver si se la volaban o no.

Aunque mis padres no me acostaron, al final el sueño me venció, aunque alguna vez me desperté, supongo que por los nervios y recuerdo que siempre se veía la luz en la habitación de mis padres, con el murmullo de la radio en marcha, una SANYO negra, preciosa.

Al día siguiente, mi padre salió a comprar el periódico, venían las fotografías de dos señores con bigote, la sabandija del día anterior, y una sabandija nueva que había sacado los tanques a Valencia. Sin embargo mi padre estaba mucho más tranquilo: 'en la calle no hay nada, ni policía, ni militares ni nadie, si estos h?s de p..a pensaban que iban a tomar todo el país se van a hartar de naranjas, el periódico dice que excepto Valencia y el congreso el resto de cuarteles no se han movido', el caso es que, la verdad es que todavía no me explico como, mis padres me enviaron al colegio, eso sí, me acompañó mi padre hasta la entrada, aunque ya hacía dos cursos que yo iba solito al cole.

En el colegio estábamos cuatro gatos, y nos pasamos el día haciendo trabajos manuales y jugando al fútbol, y por supuesto comentando la jugada. Todavía hoy me pasmo al recordar esas conversaciones de niños de 10 y 11 años en las que se oían comentarios como 'los militares y los guardiaciviles se han querido cargar la democracia', 'Juan Carlos ha demostrado ser todo un rey', 'el que ha demostrado que los tiene ha sido el señor ese mayor que estaba sentado al lado de Suárez' 'pues mi padre me ha dicho esta mañana que si hoy volvía y no estaban él ni mi madre, que me fuera con mi tía, porque se habrán largado a Francia y que no dijera nada a nadie y... MIERDA!' 'tranquilo, si el mío ha dicho también no se qué de que se tira al monte con lo que pille, pero que estos cabrones no le vuelven a joder' 'que no, que no va a pasar nada, si solo han tomado Valencia, hoy mismo acaba todo' y todos asentíamos a este comentario deseando que fuera cierto.

La verdad es que los profesores trataron de mantener la normalidad, y sabíamos que incluso a los de la segunda etapa (6º, 7º y 8º de EGB) les dieron clases específicas sobre lo que estaba pasando y lo que significaba. Mi colegio era oficialmente de curas, pero los profesores (entre los que no había ningún cura) eran casi todos 'progres'.

De vuelta a casa para comer, todo estaba mucho más calmado, vi en directo como salían un montón de diputados del congreso, pero lo que nunca se me olvidará fue como, otra vez en directo, los guardias civiles salían del congreso por la ventana; luego se hizo un chiste muy malo diciendo que todo había sido una campaña publicitaria de SEAT, porque los guardias entraron en el congreso en PANDA, eran unos 127 y salieron con RITMO... en fin, hubo todo tipo de chistes malos, pero era estupendo poder hacer bromas de esto.

Ya por la tarde no quedaban sabandijas ni en el congreso ni en Valencia, solo se oían en la radio felicitaciones mutuas, abrazos... Muchas veces se cuenta lo que pasó el día 23, pero se recuerda demasiado poco el día 24; pocas veces en mi vida he notado tanta emoción colectiva en la calle como aquel 24 de Febrero por la tarde, cuando estaba claro que esta vez no iban a destrozarnos de nuevo la democracia.

No he pretendido aquí contar todo lo qué pasó aquel 23 de Febrero de 1981, probablemente nunca se sepa del todo, solo quería contaros las impresiones de un niño de 10 años, que aprendió de golpe, nunca mejor dicho, en una sola noche lo que era el miedo, la rabia, la dignidad, la libertad y el amor a unos valores que ya nunca he abandonado.

25 años ya, pero aun así hay cosas que no entendí en los meses siguientes y sigo sin entender ahora. ¿Cómo es posible que los máximos responsables de ese atentado contra todos se paseen libremente por la calle? ¿Cómo es posible que la sabandija con bigote tenga libertad para seguir proclamando su odio, su miseria y su fascismo con total impunidad?

Hemos avanzado mucho, sin embargo, la semilla de esta gente sigue viva, y me temo que seguirá mucho tiempo, quizás para siempre, solo nos queda el deber de mantenernos firmes, como se mantuvieron Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo y casi todos los diputados ese día, enemigos políticos pero hermanos a la hora de mantenerse firmes contra el fascismo en su expresión más patética: la pistola.

Termino con la frase de Santiago Carrillo pronunciada ayer en una conferencia que celebraba los 25 años del fracaso del golpe de estado, frente a los insultos de un grupo de fascistas de 'tierna' edad: 'Si el golpe de estado hubiera triunfado, ahora serían esas personas las que estuvieran aquí sentadas, pero estamos nosotros'.

Gracias, Libertad!