19 de junio de 2007

En desagravio a mi diosa pagana

Originalmente una diosa frigia, Cibeles (en griego Κυβέλη Kybélê), era la diosa de la Madre Tierra que fue adorada en Anatolia desde el neolítico. Como la Gea o su equivalente minoica Rea, Cibeles era la personificación de la fértil tierra, una diosa de las cavernas y las montañas, murallas y fortalezas, de la naturaleza y los animales (especialmente leones y abejas). Es una deidad de vida, muerte y resurrección. Su consorte, cuyo culto fue introducido más tarde, era su hijo Atis.

Fue esposa del titán Crono y progenitora de los dioses olímpicos. Se la representa con una corona con forma de muralla y siempre acompañada de leones. Esta diosa en la mitología es representada sobre un carro que simboliza la superioridad de la madre Naturaleza, a la que incluso se subordinan los poderosos leones que tiran del carro.

La fuente que en Madrid representa a esta diosa griega fue creada por el arquitecto español Ventura Rodríguez que realizó el proyecto entre los años 1777 y 1782. La fuente se colocó frente al palacio de Buenavista, muy cerca de él, a la entrada del paseo de Recoletos y mirando hacia la otra gran fuente, la de Neptuno. Instalada la fuente en 1782, no funcionó hasta el año 1792. En 1895 se trasladó el monumento al centro de la plaza, colocando a la diosa mirando al primer tramo de la calle de Alcalá. Este traslado levantó mucho revuelo y críticas que se vieron reflejadas en la prensa de la época. Hasta el año 1981 no hubo ninguna restauración.

Esta es la historia del monumento más emblemático de Madrid, junto, tal vez a su vecina la Puerta de Alcalá. Hasta tal punto era querida por los madrileños que, durante los bombardeos con que los aviones fascistas obsequiaron al Madrid republicano durante tres años, fue protegida como si de un bunker se tratara. La Cibeles no pudo ser destruida por los golpistas.

Sin embargo, muchas cosas han cambiado en Madrid: 70 años después de que la diosa pagana fuera salvada de las bombas nacional-católicas con el sudor y riesgo de los madrileños, ahora apenas sirve como trono obsceno del centralismo chulesco españolista. Madrid, cuna del NO PASARÁN, que hoy es grito de resistencia contra la barbarie capitalista en todo el mundo, se dedica hoy a gastar su dinero en poner vallas para que los nuevos salvapatrias no destrocen con sus manos bárbaras lo que los milicianos salvaron con su vida; y para que los nuevos diosecillos del millón de euros puedan soñar que la Cibeles les hace una fellatio.

Para esto, mejor que los fascistas se la hubieran cargado con las bombas de Hitler.