31 de diciembre de 2011

Soyuz Nerushimi

Tuvimos una bandera, una bandera que era roja, roja como la sangre, como la furia de siglos de años de vivir aplastados contra la tierra, sin más bien que la propia estirpe, sin más hogar que el aire mismo, roja como los errores, los más graves que uno cometer pudiera, roja por haber querido hacerlo todo bien y hacerlo todo ahora, roja del color de la impaciencia de una patria cualquiera, de recuperar días y noches a prisa sin detenerse a mirar siquiera, roja del dolor propio del pasado, y del ajeno en el presente, tan roja como el color de planetas lejanos creados por dioses en pie de guerra.

Tuvimos bajo el martillo, bajo la mies, bajo la hoz, bajo la estrella, la idea de un mundo nuevo en una sola tierra, en toda la misma tierra, en una sola patria, en todas las mismas patrias, colores en realidad de una sola, tuvimos la oportunidad, la voluntad, la fuerza, y la marea, para batirnos contra las rocas y los acantilados que separan los mares de los campos. Tuvimos entre nosotros sueños de gigantes y hombros sobre los que alzarnos para ver más lejos, más alto, mano contra mano, sin más piel que todas las pieles de la misma piel de todos los seres humanos, convencidos de que eran hermanos, tuvimos la posibilidad de ser honrados, de creernos mejores, de hallar mejores senderos, de tratarnos con respeto y trabajar del mismo lado.

Tuvimos aquel sueño de mil patrias, de mil lenguas, de mil ríos, mil lagos, de mil millones de seres humanos, todos hermanos, unidos por la mirada y por las manos, libres de cadenas sin ser esclavos, todo bajo una sola bandera del color de los días claros al amanecer de los rayos del sol de cada verano, lo tuvimos apenas unos días antes de empezar el año, sin embargo, ... dónde nos perdimos, dónde tropezamos, dónde olvidamos, dónde nos equivocamos, y sobretodo donde nos caímos que no fuimos capaces de levantarnos y seguir andando, de entender en que fallamos para empezar de nuevo si fuera preciso y avanzar ganando.

Sin embargo, al menos tuvimos una bandera, una razón primera, para alzar al ser humano de la miseria a la tierra.

23 de diciembre de 2011

Kredo

Creías que eras eterno, creías que eras inmortal, creías de niño que vivir y existir era todo un juego sin final, entre risas y besos.

Creías que a cada día seguiría un día nuevo, que la noche era el nombre de un día que aún no había llegado, creías entonces que aquellas manos que te sostenían no cambiarían jamás, que no las verías arrugarse, ni agrietarse, ni llegar a temblar, creías que siempre tendrías sus caricias.

Creías que tus ojos te permitirían ver más lejos que otros, que tu mente sería capaz de entender todo cuanto los demás jamás podrán comprender, creías que no morirías jamás, que cada día no tendría jamás un final, que todos los días uno tras otro eran el mismo día eterno, creías tantas cosas cuando eras niño, creías tantas cosas cuando eras joven que ahora ya no puedes cambiar.

Creías en todos aquellos que te habían precedido, creías en sus palabras que aún no eran tuyas, creías en sus obras, en sus gestos, en sus voces, creías en ellos antes de que sus cabellos se volvieran grises o blancos, creías tanto que no los pudiste olvidar jamás.

Creías que podías gastar las horas, consumirlas sin pensar en nada, creías que no importaría cuántas fueran hasta que llegó el instante en que las empezaste a contar, si has llegado entonces a ese momento supremo, no dejes que ninguna se aparte de tu lado sin haberla merecido, no pienses en cada día como si fuera el último, no, piensa en aprovecharlo como si fuera hoy antes de que llegue mañana.

Porque al final comprenderás que un día habrá en que al dormir ya no sabrás qué serás, sino que al despertar niño volverás a ser, y todo aquello que creías será de nuevo verdad.

8 de diciembre de 2011

Mater.pro.Nobis

En la hora nona de los maitines de laudes, una sola cosa habrás de entender, pues en verdad, en verdad te digo, que de todas cuantas verdades son verdad y cuantas son ciertas, entre todas las leyes del universo, sólo habrá dos que habrás de comprender, pues son verdades eternas. En todo cuanto oigas y escuches, e incluso en todo cuanto comprendas sólo dos verdades son ciertas, sólo dos son eternas.

Que todos los niños son iguales, que iguales son en las risas, en las carreras, en lo que apenas saben y en lo que aprenden, en los gestos que son tuyos y que mañana serán suyos, en las palabras que de ti entienden, en los juegos, en los miedos, en los enfados, en los caprichos, en los llantos, en las lágrimas de todo y por nada, en los sueños entre los brazos, colgados al hombro como un fardo, en los besos, en las miradas de pillos, y en las mentiras de libros y cuentos, en todo ello son iguales.

Que todas las madres son iguales, que hay hombre buenos, y hombres santos o pecadores, sabios o necios, generosos o tacaños, huraños o desprendidos, amables o serios, que de hombres hay varios y hay todos cuantos quieras, mas en las madres no hallarás diferencia, ni en sus abrazos, ni en sus regazos, ni en sus caricias, ni en sus vigilias, ni en sus esperas, ni en su paciencia, en su infinita paciencia, ni en su insistencia, tampoco en su insistencia, no hallarás forma alguna de ver en una, cosas que no haya en otra, ni en sus palabras, ni en sus gestos, ni en su lucha, ni en sus días, ni en sus noches, ni en los madrugones, ni en los minutos, ni en las horas, ni tan siquiera en los nombres, piénsalo bien y verás que en nada se diferencian sus nombres.

Mas también habrás de saber que ni fueron santas, ni vírgenes, ni inmaculadas, pues más que todo eso fueron, son y serán madres, y en verdad, en verdad te digo que al final de los tiempos, en carne y hueso morarán todas en el reino de los cielos, y si así no fuera, que no me busquen en las altas nubes, pues para mí siempre tomarán con un beso el hogar de mis sueños y mis recuerdos… hasta el final de mis días. Amén.