30 de diciembre de 2010

Cuando suenen las campanas del último día...

De un solo color, un color que llevamos en la sangre, es en el fondo un dolor permanente, una angustia interminable, una fiebre de cada día que te abrasa, una enfermedad incurable, una arritmia del corazón que late y late, un insomnio que cada noche te consume. Es un ansia que no se agota, sino que crece cada vez que uno puede ver a su hermano padecer, es una eterna lucha, un combate incesante contra quien consiente la opresión, y una duda infinita de si uno ha acertado o se halla errado, un interrogante perpetuo por descubrir y corregir en qué estamos equivocados.

De un solo color, un color que derramamos por nuestros hermanos, un color con el que marchamos, y en cada paso avanzamos, para no retroceder jamás, un color que miles y cientos antes han llevado, un color que hizo llorar a quien lo vio y a quien lo padeció y en ese dolor también hemos cambiado, porque hemos comprendido que los fracasos han de repararse, ha de reconstruirse el camino, y el sendero recorrido, porque cambiar exige más que creer siempre, en la verdad de los de siempre, porque la verdad existe sólo ahora, y cambiará mañana cuando nuestra mente se abra a lo que aún no hemos visto.

De un solo color, un color que fluye por venas, miembros y manos, de un color con el que no cabe rezar para esperar a que los dioses vuelvan a hablar, de un color que riega la tierra, de un color que no palidece y es constante, del color que se nubla la mirada cuando se acerca la llama, del color del planeta lejano, oh, RotKrasniFarbe.

Feliz aniversario, vieja dama proletaria.1922