22 de diciembre de 2006

Cuento de Navidad

En el viejo caserón, junto al río, habita una colonia de seres extraños, ojos pequeños, pelo gris y larga cola, hocico puntiagudo, bigotes, grandes orejas, y dientes afilados. En otros tiempos, la comida era abundante y la prosperidad de la aldea se dejaba sentir en los almacenes, donde los sacos se apilaban en grandes torres que llegaban hasta lo más alto del techo.

Nunca hubo necesidad de ir más allá a buscar alimento, pues entre las gruesas y bastas hiladuras entrejidas de los sacos, siempre había hueco para que se desprendiera ora un grano, ora una semilla, a veces era trigo, otras cebada, las menos, centeno. Raras veces durante el invierno era posible explorar nuevos sabores royendo algunos de los jugosos tubérculos que se amontonaban en el interior de sus cajas listas para salir al mercado, dulces de patata o remolacha saciaban la glotonería de aquellos rabudos habitantes del caserón.

Pero lo que en otro tiempo fue riqueza, con los años se volvió necesidad, y la aldea se fue quedando vacía, sus habitantes se marcharon, algunos murieron, otros se fueron más lejos, lo cierto es que con el paso de las estaciones, las remesas de provisiones fueron bajando, hasta que llegó un invierno y el viejo almacén quedó vacío y oscuro, podridas sus paredes, sus vigas y sus travesaños, un espacio vacío en el que el gélido frío se paseaba sin temor.

- ¿Qué vamos a hacer? - preguntaron las ratas a su rey - ¿Qué haremos ahora sin alimento? Moriremos de hambre y frío - aseveraron.

Durante varias jornadas, Úberkraft, meditó y sopesó varias posibilidades, pensó y pensó durante largos días, mientras algunos de sus vasallos morían ateridos. Hasta que un día, creyó hallar la solución, llamó a su consejero a parte, y lejos de todos en la oscuridad recóndita de un rincón, le dijo:

- Creo que he hallado la solución, pero no quisiera alarmar a los demás antes de ponerla en práctica, así que te contaré mi secreto al oído para que nadie pueda escucharnos - añadió acercando su imponente mole a su lado.

Después de unas horas, confirmada su teoría, Úberkraft llamó a sus congéneres con su chillido real. Se presentaron ante él, que les hablaba desde lo alto de uno de los destartalados embalajes del depósito, y les dijo:

- Escuchadme, bondadosos súbditos, ya no volveréis a pasar hambre, de ahora en adelante, nuestras necesidades estarán cubiertas, no importará ni el frío ni el calor, tendremos reservas de comida para siempre, adelante, comed hasta saciaros - dijo mientras con las garras de su pata alzaba la tela de uno de los sacos mostrando suculentos pedazos de carne, que las demás ratas devoraron hasta saciarse impelidos por el hambre.

Mientras se escuchaba el sonido de sus dientes al masticar aquel manjar, les dijo desde lo alto: - Ahora que ya somos civilizados... construyamos un Imperio.