7 de noviembre de 2006

BORS

Esta atardeciendo, hace frío, algunos dicen que no es noviembre, y tienen razón, sabemos que es Octubre, siempre ha sido así, por las calles silenciosas, en mitad de una tarde ya anochecida, las clases proletarias que apenas pueden alimentar a sus hijos, caminan bajo la nieve que cae hoy sobre Mockba al clamor de 'pan para nuestros hijos', mientras en el interior de los grandes salones, unos pocos se ríen y brindan con champán, bailando una pieza de esas que están de moda en los palacios de París, incluso en tiempos de guerra bajo el retumbar de la Gran Berta que exclama con exabruptos teutónicos, 'a Versalles como en el 70'.

Las damas muestran sus delicados hombros pálidos de rostros selénicos, no por el hambre sino por la vanidad, ocultando sus dientes bajo los abanicos de plumas de faisán o pavo real, al tiempo que mantienen en sus pequeños bolsos sus carnets de baile repletos de nombres de caballeros galantes, o baboseantes y orondos potestados de grandes mostachos. Al calor de los samovares, tras los cristales empañados por la bruma, los oficiales lucen sus uniformes blancos de generales y mariscales que no han ganado ninguna guerra desde hace mucho, probablemente desde Pedro el Grande o Alexander Nevskii, perdieron en Crimea, en Tsushima, en Port Arthur, en Tannenberg, pero aún se ríen porque creen que eso no importa, al fin y la cabo es sangre de mujik la que riega las tierras de los boyardos.

Pero la música se para, porque a través de los ventanales ven llegar una marea que ocupa toda la calzada, sus pasos arrastrados se hacen oír sobre las notas de los violines, el silencio de los salones de baile se vuelve preocupación cuando las voces del exterior se hacen más cercanas y los brillantes y tintineantes diamantes cristalinos de las lámparas de araña tiemblan a su paso, se sienten seguros porque la caballería cosaca ha ocupado posiciones al final de la prospektiva, y los oficiales han dado orden de desenvainar los sables que a pesar de la noche brillan bajo la luz gaseosa de los faroles.

La marcha se detiene, las banderolas que antes sacudía el viento con su rojo carmesí, caen sobre sus mástiles. De sus gargantas sólo exhala el vaho brumoso y tibio de sus entrañas, ya no hay gritos, sólo los bufidos de los caballos en la calle, el repicar de las guarniciones, y los cascos de sus pezuñas sobre el empedrado anuncian la batalla, el oficial al mando ordena avanzar, primero se oye un ligero trote, y algún relincho de protesta al sentir el bocado clavarse en sus belfos, poco a poco, los primeros se adelantan y pierden la línea con las crines flotando entre los diminutos copos blanquecinos, suaves y frágiles como un suspiro. El galope resuena entre los muros de las casas, mientras la masa aguanta firme el envite.

A través del cálido ambiente de los salones, los poderosos observan complacidos, y tomando la copa de licor aproximan el borde a sus labios para deleitarse con el espirituoso sabor sin apartar la mirada del espectáculo, sus sonrisas se agrandan cuando apenas los separa el paso de un trote, justo en el momento en que la carga se detiene, y los hocicos de las bestias calientan el rostro de los proletarios con una vaharada bajo la que se muestran los dientes grandes y gastados de las monturas, el oficial alza su sable sobre todos y blandiéndolo en el aire grita a un tiempo mientras su corcel, negro como el alma de un fantasma penitente, atraviesa de un salto la cristalera y sus herraduras arañan con estropicio el delicado parquet de arce sobre el que las parejas han dejado de bailar mientras de su garganta surge el grito de la victoria de un octubre que es noviembre:

Tabárixi, soviétski naród, za slávu!!.

Dentro de poco comenzará el amanecer de un sol rojo que se adivina a través de las estepa mientras los olmos blanquecinos dejan escapar entre sus ramas desnudas la niebla de la mañana. Esta vez no es el nombre de un buque, es la Aurora del este.

Belikaia Oktiabra Revolutsiyu Sotsialisticheski.Mockba.07.11.1917