Una alambrada, una chimenea, humo blanco, ceniza calcárea, una chimenea fantasma que no existe, que aquí no hace falta.
Un muro de armas y balas, una muralla de huesos y pieles, de papeles y zapatos, de vivos sin alma, de muertos sin calma.
Qué puedo hacer, qué hice, qué debí hacer, sigo pensando y me pregunto, qué pude hacer.
Elegir entre los vivos, elegir entre los muertos, uno en la lista, diez fuera, elegir, a quién elegir, qué debo hacer, si la soga también aprieta mi cuello.
Y sigo pensando, qué debía hacer, qué podía hacer. Un año de alambre y espino.
Y pensar de nuevo qué se pudo hacer, qué se hizo en vano, y cuántos se quedaron, a cuántos se eligió, cómo elegir entre vivos y muertos, entre esqueletos y trapos.
Qué debía hacer. Ahora ya no importa, ahora de entre los vivos tomo asiento entre los muertos, entre aquellos antiguos hermanos, poco a poco volvemos a lugar que abandonamos.
Tomo asiento, y leo, vuelvo a leer en el paraíso de mi antiguo infierno.