20 de febrero de 2012

Sponde

Nunca tuve patria, ni tan siquiera al nacer tuve una.

Tuve padre y tuve madre, tuve de su piel, el color de mi piel, de sus ojos, el color de mis ojos, de su voz, el sonido de mi lengua, de sus manos, tuve las caricias, y de su mirada, tuve todos mis sueños hechos.

Pero no tuve patria alguna bajo mis pies, ni bajo la tierra donde piso el suelo. No tocaron mis dedos, el color de una nación en un mapa, ni vi en los cielos otra cosa que el sol y la luna como mis dueños, bajo miles de estrellas blancas, rojas, azules, verdes o malvas, bajo el negro y oscuro universo, enorme e inmenso.

No elegí el lugar, ni el día, ni la hora, no elegí el nombre, ni el futuro, ni mi pasado, cuando nací en un lugar que ni siquiera está señalado, no elegí nada de cuanto fui antes, no elegí sino el día de hoy.

Si al volver la mirada veo la orilla y mi espalda está mojada, querrá decir que aún sigo vivo y en pie, sobre la playa.