29 de junio de 2009

Cuencos vacíos

Me miras desde el fondo de las cuencas de tus ojos, y me engañas con tu mirada, me mientes con tu boca desdentada y deslenguada, garganta de tráquea ausente y sólo hueso. Me dices que todo lo igualas, pero para unos llevas el filo de oro, joyas y plata mientras para otros es de cobre, herrumbrosa y oxidada la hoja de tu guadaña.

Mientes cuando llegado el momento callas y olvidas, a quien todo ha dado a quien nada tiene, a quien su vida ha regalado sin quedarse nada, sólo la sombra de un paraguas negro bajo el eterno sol de todo el año, a quien entre la miseria vivió para ayudar a otros a ser humanos, a dejar bien lejos el nombre de paria. A él, cuánto le has dado, un día, una hora, un montón de ceniza al viento, sin embargo a quien de oro vivió rodeado, al que sólo el canto ha dejado, el gesto estrafalario del vestir y el andar, envuelto en la absurda vanidad de la riqueza y el colmado, al que dio lo que le sobraba cuando de todo estaba saciado y sólo dio para comprar en sueños el amor que le hubo faltado, a ése le diste un día, dos, una semana, un mito, una leyenda, un hada, al otro el olvido, la tierra, y poco o nada.

Mientes siempre, cuando callas y cuando hablas, no me digas muerte que siempre igualas. Lo siento, Vicente, aquí está el segundo de recuerdo que te faltaba, sí, ya sé que tú no lo reclamas.