Se postran ante ti entregando sus ofrendas aquéllos que
ansían portar de regreso al son de fanfarrias y triunfos, sobre sus honorables
testas coronas de oro y laurel, más sólo acabarán de hinojos. Ya no queda nada
del carnero y los dos bueyes.
Oh, tú, único dios vivo, único dios eterno, que cada siglo o
cada hora te asomas al abismo de la pútrida historia.
Las madres te entregan hijos, y tú les devuelves cuerpos
envueltos en sudarios.
Oh, divino marte, a veces es muy fácil odiarte.