29 de octubre de 2008

El mago de hoz y martillo

Caen los muros de la calle, cae la calle que tenía un muro, cae, cae, todo cae, porque la gravedad no se compra ni se vende.

De tanto tirar piedras contra los muros de la vieja Europa se quedaron sin ladrillos que sostuvieran los suyos, hubo quien riendo dijo haber demostrado que la justicia de lo común o la opresión del individuo había caído y los pobres y desamparados cambiaron moneda y bandera contentos y felices.


Y a esos que cambiaron kopeks por centavos qué les queda hoy, una isla en venta, a rublo la hectárea, un país en invierno al que se le marchita la primavera ahora que está rozando la quiebra, porque Atila ya no cabalga, y las naranjas se marchitan porque en el Dnieper sopla el frío que detuvo a Napoleón. De bonitos colores los ricos llenaron las mentes de los pobres con sus alegres ilusiones, y ahora que el dinero ya lo tienen, sólo dicen lo siento, corazón, pero ya sabes que te quiero.


A pocos días de noviembre, los harapientos y miserables se reunirán en rebelde comuna, con su gran asamblea, para iluminar al mundo, y enarbolando de nuevo la enseña roja en la capital del imperio, todos juntos como en la vieja granja llegarán a la verdad eterna y justa que todos los animales sumisos esperan, de entre ellos se alzarán refundiendo el capitalismo mientras se guardan el capital y a una sola voz gritaran... oíd la gran solución, trabajad más, cobrad menos, esa es la gran verdad, y ahora nos retiramos que la comida se enfría en la piara.

Orwell, Orwell, no me mientas que te conozco.


Qué hermoso, oktubre, unos muros caen, mientras algunos hombres se levantan. Quien quiera ver la avrora que mire al mar.