11 de noviembre de 2008

11.11.11:00

En los campos de Flandes, donde Julio dijo que se encontraba el pueblo más valiente de todo los galos de todas las Galias, donde las amapolas brotan en la tierra, en los cielos y en los mares. Puede que no lo creas, pero en las noches de luna clara, algunos han visto, que en medio de las llanuras se reunen a jugar al balón batallones de soldados en abierta formación, y sin que se sepa de que bando son, se mezclan equipos y colores. A veces los alemanes juegan con los ingleses, y los escoceses con los franceses, mientras aguardan que los rusos traigan vodka y sonidos de acordeón, para alegrar la noche hasta el alba, y mientras dura la batalla por un gol, el alboroto y las risas llegan de París a Berlín, pero cuando el sol renace, agotados por el fragor, sentados junto a las cenizas de las hogueras que se apagan, extraen de abrigos y carteras las fotos de los que los añoran, y alguno de ellos dice ... mira, éste es mi hijo, morirá en las afueras de Stalingrado, ... el mío responde otro lo hará en Caén, ... a orillas del Vístula ... - dice otro - ... como yo lo hice a orillas del Marne, los más atrevidos añaden, ... el mío lo hará en Buchenwald, ... junto al mío responde otro..., aunque hoy sus uniformes los separen. Es entonces cuando la pena les vence, y se desvanecen entre la nostalgia y el recuerdo.

Si alguna vez vas a Flandes, y en mitad de la noche escuchas el sonido de un balón que gira al surcar el aire, agáchate y aguarda, mientras tus manos tocan la tierra en la que no podrás distinguir las piedras de la carne, podrás recordar si así lo deseas, que tu vida no vale nada si un mariscal te lo manda.