Hay países como el otoño, en los que uno recuerda sólo lo
bueno y olvida lo malo, países en los que uno huye del dolor del pasado, países
que son como esos años en los que siempre se recuerdan los tiempos mozos y se
perdonan los errores de esa tierna y loca edad, para lamentarse ahora de todo
cuanto uno no sabía en aquellas horas, países en los que la miseria, el hambre
y la opresión abrieron la puerta a luchar por una revolución completamente
nueva, para construir un futuro que no estuviera en el día de mañana sino en el
de hoy, países en los que los ideales sirvieron a veces para confundirnos y
hacernos creer que no estábamos equivocados en tantas cosas que hacíamos,
países en los que el otoño nos lo quisieron pintar de gris como si el cielo no
fuera azul en todas partes, incluso por encima de las nubes, porque entre todos
los días siempre hay algunos que brillan más que otros.
Hubo quien pensó en su día que bastaba cambiar, derribar los
muros, las alambradas, que detrás de todo eso estaba aguardando una nueva
primavera, pero hoy en esos países otoñales, no se vislumbra más que el
invierno de aquellos que cosecharon todo lo que sembraron las generaciones
pasadas y sin pudor ni vergüenza tomaron para sí cuanto quisieron, dejando el
solar vacío, y el futuro baldío.
Hay países como el otoño en los que uno añora el tiempo
pasado, no porque fuera mejor, sino porque uno era entonces joven. Países que
uno añora para comenzar de nuevo y hacerlo mejor, si aún hubiera tiempo.