Creemos
en esa mitad de la humanidad que en realidad forma tres cuartos de la genética
universal, creemos en esa humanidad que se vuelve invisible con los años, bajo
el empuje del cerebro reptiliano que sobrevive bajo cualquier mamífero humano,
creemos en esa parte de la humanidad de la que sabemos a ciencia cierta que
procedemos porque un día fuimos parte de su carne, demostrando que no fue de
una costilla de la que nacimos, creemos en lo visible de la infancia y la
juventud, pero también en la invisiblidad de los años de la madurez y la vejez,
creemos en esa invisible manera de adaptarse siempre a todo y afrontar los
problemas con la palabra y la paciencia antes que con la ira o la violencia,
creemos pues en la humanidad invisible en que para nuestra vergüenza
convertimos a las mujeres en cuanto la naturaleza reptiliana de
nuestros deseos nos exige que las ignoremos, creemos pues en ellas
que no son de cristal transparente, sino de carne y hueso, y reclamamos el
esfuerzo de recordar que por encima de ese cerebro de reptil que nos incita a
seguir respirando nos queda el cerebro que como mamíferos hemos heredado para
convertirnos en seres emocionalmente racionales.