7 de mayo de 2012

Con flores amaría

Se puede creer en rostros de madera, en manos de cera, en túnicas de tela y pelucas de fino pelo, incluso puede uno creer en doce estrellas brillantes que formen una corona, antes que una galaxia, o una constelación, pero a principios de mayo me gusta contemplar el color de los campos y los árboles que cubren de flores las mañanas y las tardes, quizás, porque los pétalos de las rosas me recuerdan el primer día que abrí los ojos y pude ver al fin; me recuerdan todo eso que vi que tenía nombre de mujer, el aroma del jazmín, me recuerda el sueño tranquilo entre unos brazos, que anticipaban el roce de una mano sobre mi pelo lacio, ese pelo que ya no tengo, el perfume de la dalia, me recuerda el modo en que tenía que alzar la mirada para ver en el extremo de mi brazo la mano que me asía con fuerza y suavidad, al final de la que caminaba un rostro lejano como un mundo y al que ahora veo desde lo alto bajo unos cabellos canos, el olor de los claveles, me recuerda los días de columpios que con cada falso vuelo mostraban el rostro preocupado que desde el fondo de los ojos me decía no tan alto, no tan alto, la esencia de los tulipanes, me devuelve los días de la ropa limpia que ahora soy yo quien lavo, de la comida servida caliente sobre un plato que ahora sazono, de la ropa cosida con precisión y que ahora zurzo y remiendo, me recuerdan el olor a lejía en unas manos que hoy tiene la piel moteada y desgastada por el tiempo, con la fragancia de las mimosas que cuelgan de sus ramas, recuerdo que hoy el tiempo ha pasado y en realidad no he hecho nada que merezca esa mirada que aún me mira y esos labios que dormido aún me desean buenas noches a pesar de todo lo que he sido.

Con todas las flores, con cualquier flor, con flores de mis días amaría cada uno de los días de tu vida que malgastaste en mí y en mis manías, con flores amaría eternamente la x que existe y me falta en mi genética existencia.